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miércoles, 1 de diciembre de 2010

HANSEL Y GRETEL/TRANSFORMACIONES/ANNE SEXTON/TRADUCCIÓN: PATRICIA RIVAS


Mi pequeña ciruela,

dijo la madre a su hijo,

Quiero morderte,

Quiero masticarte,

quiero comerte.

Pequeño muchachito

dulce como un fudge,

eres mi pastel de crema.

Escupiré en ti para la suerte

puesto que eres mejor que el dinero.

Tu cuello es suave

como un huevo cocido;

tersas mejillas, mis peras,

deja susurrarte en el cuello

y tomar un bocado.

Tengo una cazuela que te ajusta.

Solo dobla tus rodillas como jugando a la gallina.

Deja tomar tu pulso

y poner el horno a 350 grados.

¡Ven, mi pretendiente, mi buñuelo,

mi engañador, mi polluelo!

¡Ay suculento mío,

estoy a un paso de convertirme

en un caníbal!

Hansel y Gretel

y sus padres

pasaban por un momento terrible.

Habían cocinado al perro,

y lo habían servido como trozos de cordero.

Solamente quedaba una hogaza de pan.

La solución final,

le dijo la madre al padre,

es perder a los niños en el bosque.

Tenemos suficiente pan para nosotros

pero no para ellos.

Hansel escuchó esto

y llevo guijarros con él

hacia el bosque.

El arrojaba uno cada cinco pasos

y después, cuando sus padres los dejaron ahí,

ellos siguieron los guijarros a casa.

Al día siguiente su madre les dio

a cada uno una rebanada de pan

como una página arrancada de una Biblia

y los echó de nuevo fuera.

Esta vez Hansel tiró pedazos de pan.

Los pájaros, sin embargo se los comieron

y así se encontraron perdidos finalmente.

Estaban cegados como gusanos.

eran como hormigas dentro de un guante

sin saber que dirección tomar.

El sol estaba en Leo

y el agua brotaba de la cabeza del león

pero seguían sin saber el camino.

Así que vagaron por veinte días

y veinte noches

hasta que llegaron a una casa estilo rococó

hecha toda de comida desde sus ventanas

hasta su chimenea de chocolate.

Una bruja vivía en esa casa

y los dejó entrar.

Ella les ofreció una abundante cena

para cebarlos

y entonces se durmieron,

con zetas saliendo de sus bocas como moscas.

Entonces ella agarró a Hansel,

el más listo, el más grande,

el más jugoso

y lo encerró en el establo.

Todos los días lo alimentaba con hígado de ganso

para que se pusiera gordo,

para que estuviera tan relleno

como un cochero gordinflón,

ese caballero del látigo.

La bruja planeaba cocinarlo

y devorarlo

como en un festín

después de la guerra santa.

Ella habló con Gretel

y le dijo como su hermano

podía ser mejor que el carnero;

como un estremecimiento podía traspasarla

si lo olía cocinándose;

le enseñó como poner la mesa

y repartir los cubiertos

y no ser negligente con ninguno de los refinamientos.

Gretel

que no había dicho nada hasta entonces

asintió con la cabeza y lloró.

Ella que nunca arrojó piedras o pan

Se porto astuta y se hizo la tonta.

La bruja la miró

con otros ojos y pensó:

¿Porqué no esta engreída doncella

como un aperitivo?

Ella le dijo a Gretel

que tenía que trepar al horno

para ver si cabía en el.

Gretel habló finalmente:

Ja, Fräulen, enséñame como tengo que hacerlo.

La bruja pensó que esto era justo

y subió para enseñarle la manera.

Era como hacer gimnasia.

Gretel,

viendo su momento en la historia,

cerró enseguida el horno,

atrancando rápidamente la puerta,

tan rápida como Houdini,

Y puso el horno a asar.

La bruja se volvió tan roja

como la bandera japonesa.

Su sangre comenzó a hervir como Coca-Cola.

Sus ojos comenzaron a derretirse.

Estaba en la olla.

Un incidente ciertamente memorable.

Por su parte Hansel y Gretel,

escaparon y regresaron a casa con su padre.

Su madre,

estarán contentos de escucharlo, había muerto.

Solamente a la hora de cenar

mientras están comiendo una pierna de pollo

nuestros niños recuerdan

el dolor del horno,

el olor de la bruja cocinándose,

un poco como un carnero,

para ser servida solo con borgoña

y en elegante lino blanco

como algo religioso.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

BLANCA NIEVES/ANNE SEXTON/Traducción Patricia Rivas


No importa que vida lleves,

Ser virgen es una linda imagen:

mejillas frágiles como papel de arroz,

brazos y piernas hechas de Limoges,

labios como Vin du Rhone,

girando los ojos azul-china de muñeca,

abriéndose y cerrándose.

Abriéndose para decir,

buenos días mamá,

y cerrándose para esperar la embestida

del unicornio.

Ella es inmaculada,

tan blanca como el esqueleto de un pez.

Érase una vez una adorable virgen

llamada Blanca Nieves.

Se cuenta que tenía trece años.

Su madrastra,

una belleza en su propio estilo

consumida sin embargo por la edad,

no quería escuchar de nadie que sobrepasara su hermosura.

La belleza es una pasión muy primaria

pero, ¡ay amigos míos!,

al final ella bailará la danza del fuego con zapatos de metal.

La madrastra tenía un espejo al que le preguntaba

algo parecido al pronóstico del tiempo,

y que siempre la proclamaba

la más hermosa de la tierra.

Ella quería saber, mirándolo colgado en la pared,

¿quién era la más hermosa de todas?

El espejo contestaba:

Tú eres la más hermosa.

Ella, como envenenada, se convulsionaba de orgullo.

Inesperadamente un día el espejo replicó:

Reina, es verdad que eres una belleza suprema,

pero Blanca Nieves es más hermosa que tú.

Hasta entonces Blanca Nieves

había tenido la misma importancia

que la de una pelusa bajo la cama.

Pero de pronto la reina vio manchas de vejez en sus manos

y cuatro pelos arriba de sus labios,

y decidió condenar a Blanca Nieves a morir descuartizada.

“Tráeme su corazón, le dijo al cazador,

me lo comeré con sal”.

Sin embargo , el cazador dejó huir a su presa,

regresando al castillo con el corazón de un jabalí.

La reina lo devoró como si fuese un jugoso bistec.

“Ahora soy la más hermosa”, se dijo,

lamiendo sus delgados y blancos dedos.

Blanca Nieves caminó y caminó por el bosque salvaje

durante semanas, a lo largo de su trayecto encontró veinte pasadizos

y en cada uno había un lobo hambriento

con la lengua de fuera como un gusano.

Los pájaros la llamaban lascivamente, hablando como loros color de rosa,

y las víboras colgaban como aros

cada una enlazándose a su frágil y blanco cuello.

A la séptima semana, llegó hasta la séptima montaña

y ahí encontró la casa de los enanos.

Era tan graciosa como una cabaña para recién casados

y completamente equipada con siete camas, siete sillas,

siete tenedores y siete bacinicas.

Se comió siete higaditos de pollo,

y finalmente se acostó a dormir.

Los enanos, esas especies de hot dogs,

caminaron tres veces alrededor de Blanca Nieves,

la virgen durmiente.

Eran sabios y barbones como pequeños zares.

“Sí. Esto es un buen augurio”, dijeron, “y nos traerá suerte”.

Se pararon de puntillas para observar

su despertar.

Ella les habló acerca del espejo y de la reina asesina

y los enanos le pidieron que se quedara y se ocupara de la casa.

“Cuídate de tu madrastra”,

le dijeron.

“Pronto sabrá que estas aquí.

Durante el día, mientras estemos en las minas

no le abras la puerta a nadie”.

Mirando al espejo en la pared

el espejo contestó...

Y entonces la reina se vistió de harapos

y salió disfrazada como vendedora de listones

para atrapar a Blanca Nieves.

Atravesó las siete montañas,

llegó a la casa de los enanos

y Blanca Nieves abrió la puerta,

y le compró un poco de listón.

Rápidamente, la reina

lo amarró alrededor de su corpiño

tan apretado como una venda de yeso,

tanto que Blanca Nieves se desvaneció

cayendo al suelo como una margarita arrancada.

Cuando los enanos regresaron a casa le desataron el listón

y ella revivió milagrosamente.

Tan llena de vida como un refresco burbujeante.

“Cuídate de tu madrastra, le dijeron.

Ella lo intentará de nuevo”.

Mirando al espejo en la pared...

Una vez más, el espejo habló.

Una vez más la reina se vistió de harapos,

Y una vez más Blanca Nieves abrió la puerta.

Esta vez ella compró un peine envenenado,

Un curvado escorpión de ocho pulgadas.

Lo puso en su cabello y se desvaneció de nuevo.

Los enanos regresaron y le quitaron el peine,

Y revivió milagrosamente

abriendo los ojos tan desorbitadamente como Anita la huerfanita.

“Cuidado, cuidado”, le dijeron.

El espejo habló...

Y la reina regresó.

Blanca Nieves, conejita idiota, abrió la puerta nuevamente

y mordió la manzana envenenada

cayendo de nuevo al suelo, esta vez por última vez.

Cuando los enanos regresaron

no pudieron reanimarla.

Buscaron un peine entre su cabello,

pero no sirvió de nada.

También la bañaron con vino

y la frotaron con mantequilla,

pero tampoco sirvió de nada.

Siguió tan rígida como una pieza de oro.

Los siete enanos no fueron capaces de enterrarla

en la oscura tierra.

Finalmente decidieron construir un ataúd de cristal

e instalarlo sobre la séptima montaña,

de esa manera cualquiera que pasase por ahí

podría contemplar su hermosura.

Un día de junio, llegó un príncipe

y al ver a Blanca Nieves, decidió no moverse de ahí nunca más.

Permaneció tanto tiempo, que su cabello se volvió verde

y aún entonces siguió ahí.

Los enanos se apiadaron de él

y le entregaron a la inerte Blanca Nieves

con esos ojos de muñeca cerrados para siempre,

para que la conservara en su lejano castillo.

Cuando los sirvientes del príncipe transportaban el ataúd,

tropezaron y lo dejaron caer.

El pedazo de manzana salió de la boca de Blanca Nieves

reviviendo milagrosamente.

Fue así que Blanca Nieves se convirtió en la esposa del príncipe.

La malvada bruja fue invitada al banquete de bodas

y cuando llegó, le fueron atenazados unos zapatos rojos de metal,

parecidos a patines de ruedas.

“Primero los dedos de tus pies se quemarán

y tus talones se volverán negros

y quedarás frita de abajo a arriba como una rana”.

Y entonces bailó hasta quedar muerta.

Una figura subterránea

con la lengua saliendo y entrando

como la estela de un avión a propulsión.

Mientras tanto, Blanca Nieves reinó en la corte,

girando los ojos azul-china de muñeca

abriéndolos y cerrándolos,

y algunas veces interrogando al espejo

como acostumbran las mujeres.

LA DONCELLA SIN MANOS/Anne Sexton/traducción Patricia Rivas.



¿Es posible

que alguien despose al lisiado

carente de admiración?

¿Es acaso el deseo de tener al mutilado

para que ninguno de nuestros carniceros

vengan a él con sierras

o delgadas pinzas de precisión?

Dama, entrégame tu pierna de madera

para que te sostengas en mi par de rosados pies.

Si alguien quema tu ojo

tomaré su cuenca

y la usaré como cenicero.

Si han tenido que sacarte el útero

yo te daré una corona de laurel

para ponerla en su lugar.

Si has tenido que cortar tu oreja

te daré un cuervo

que escuchará perfectamente.

¡Mi manzana no tiene un gusano!

¡Mi manzana esta completa!

Había una vez

Un malvado padre

que cortó las manos de su hija

para escaparse del mago.

La doncella sostenía sus muñones

tan inútiles como garras de perro

y eso hizo que el mago

la deseara. Quería lamerla

como una conserva de fresas.

Ella lloró en sus muñones

tan dulce como agua de loto

tan denso como el petróleo,

tan combustible como el aceite de castor.

Sus lagrimas la rodearon como canales.

Sus lagrimas entonces la purificaron

Para que el mago no pudiera acercarse.

Ella abandonó la casa paterna

para vagar en los bosques prohibidos,

y en el mejor, el mas querido de los bosques del rey.

Ella estiró su cuello como un elástico,

arriba, arriba, para tomar un bocado de una pera

que colgaba del árbol del rey.

Mírala por un instante, la imagen perfecta

de una naturaleza muerta.

Después de todo,

ella no podía alimentarse

o bajarse los calzones

o lavarse los dientes.

Ella estaba, decía yo,

sin recursos.

El rey la espió

en el momento de estirarse arriba, arriba

y pensó, por la gracia de

Eeny, Meeny, Miny, Mo-

la tomaré por esposa.

Fue así que se casaron

y vivieron juntos en un cubo de azúcar.

El rey hizo unas manos de plata echas para ella.

Eran pulidas todos los días y puestas en su lugar,

pequeños guantes de estaño.

La corte se inclinaba a distancia a la vista de ellos.

Los caminantes se detenían y se santiguaban.

Todos decían: ¡Que extraordinario hombre!

Enviándole con sus labios un beso.

Pero esto no fue suficiente

puesto que el rey fue llamado a la guerra.

Por supuesto la reina estaba embarazada

así que el rey la dejó al cuidado de su madre.

“Cómprale una carreola”, dijo él

“y envíame un mensaje cuando nazca mi hijo.

No quiero malos augurios

o ver un colchón quemado”.

Él era supersticioso,

puedes entender su punto de vista.

Cuando nació su hijo

su madre le envió un mensaje

pero el mago lo interceptó,

diciendo, en cambio, que había nacido una gárgola

Al rey no le importó.

Ya estaba acostumbrado a este tipo de cosas.

Él contestó: “Protéjanlo”,

pero el mago interceptó el mensaje

diciendo: “Maten a ambos;

que les saquen los ojos

y les corten la lengua y me sean enviados;

quiero tener una prueba”.

La madre,

ahora la abuela-

una vocación extraña ser madre del todo-

les dijo que huyeran a los bosques.

La reina llamó a su hijo

Portadordeldolor

y voló a una cabaña segura en los bosques.

Ella y Portadordeldolor estaban tan bien ahí

que sus manos volvieron a crecer.

Los diez dedos como injertos de espárrago,

las palmas tan saludables como panqués,

tan suaves y rosas como polvos para la cara.

El rey regresó al castillo

y escuchó el relato de su madre

y entonces se internó durante siete años en los bosques

sin volver a comer nada,

o eso dijo,

yendo más lejos que Mahatma Gandhi.

Era bueno y amable como ya lo he dicho.

Por eso encontró a su bien amada.

Ella vino a su encuentro con las manos de plata.

Ella vino a su encuentro con Portadordeldolor

Él se dio cuenta que ellos

estaban desafortunadamente completos.

Ahora los carniceros vendrán a mí,

pensó, puesto que perdí mi suerte.

Eso creó un miedo insidioso en él

como una lengua opresiva apretando fuerte

detrás de su garganta.

Pero era bueno y amable

así que hizo lo mejor

como un bateador ambidiestro.

Regresaron al castillo

y tuvieron una segunda fiesta de bodas.

Esta vez, él puso un anillo en su dedo

y bailaron como dandies.

Durante toda su vida conservaron las manos de plata,

diariamente pulidas,

como una especie de corazón púrpura,

como un talismán,

como una estrella amarilla.