Mi pequeña ciruela,
dijo la madre a su hijo,
Quiero morderte,
Quiero masticarte,
quiero comerte.
Pequeño muchachito
dulce como un fudge,
eres mi pastel de crema.
Escupiré en ti para la suerte
puesto que eres mejor que el dinero.
Tu cuello es suave
como un huevo cocido;
tersas mejillas, mis peras,
deja susurrarte en el cuello
y tomar un bocado.
Tengo una cazuela que te ajusta.
Solo dobla tus rodillas como jugando a la gallina.
Deja tomar tu pulso
y poner el horno a 350 grados.
¡Ven, mi pretendiente, mi buñuelo,
mi engañador, mi polluelo!
¡Ay suculento mío,
estoy a un paso de convertirme
en un caníbal!
Hansel y Gretel
y sus padres
pasaban por un momento terrible.
Habían cocinado al perro,
y lo habían servido como trozos de cordero.
Solamente quedaba una hogaza de pan.
La solución final,
le dijo la madre al padre,
es perder a los niños en el bosque.
Tenemos suficiente pan para nosotros
pero no para ellos.
Hansel escuchó esto
y llevo guijarros con él
hacia el bosque.
El arrojaba uno cada cinco pasos
y después, cuando sus padres los dejaron ahí,
ellos siguieron los guijarros a casa.
Al día siguiente su madre les dio
a cada uno una rebanada de pan
como una página arrancada de una Biblia
y los echó de nuevo fuera.
Esta vez Hansel tiró pedazos de pan.
Los pájaros, sin embargo se los comieron
y así se encontraron perdidos finalmente.
Estaban cegados como gusanos.
eran como hormigas dentro de un guante
sin saber que dirección tomar.
El sol estaba en Leo
y el agua brotaba de la cabeza del león
pero seguían sin saber el camino.
Así que vagaron por veinte días
y veinte noches
hasta que llegaron a una casa estilo rococó
hecha toda de comida desde sus ventanas
hasta su chimenea de chocolate.
Una bruja vivía en esa casa
y los dejó entrar.
Ella les ofreció una abundante cena
para cebarlos
y entonces se durmieron,
con zetas saliendo de sus bocas como moscas.
Entonces ella agarró a Hansel,
el más listo, el más grande,
el más jugoso
y lo encerró en el establo.
Todos los días lo alimentaba con hígado de ganso
para que se pusiera gordo,
para que estuviera tan relleno
como un cochero gordinflón,
ese caballero del látigo.
La bruja planeaba cocinarlo
y devorarlo
como en un festín
después de la guerra santa.
Ella habló con Gretel
y le dijo como su hermano
podía ser mejor que el carnero;
como un estremecimiento podía traspasarla
si lo olía cocinándose;
le enseñó como poner la mesa
y repartir los cubiertos
y no ser negligente con ninguno de los refinamientos.
Gretel
que no había dicho nada hasta entonces
asintió con la cabeza y lloró.
Ella que nunca arrojó piedras o pan
Se porto astuta y se hizo la tonta.
La bruja la miró
con otros ojos y pensó:
¿Porqué no esta engreída doncella
como un aperitivo?
Ella le dijo a Gretel
que tenía que trepar al horno
para ver si cabía en el.
Gretel habló finalmente:
Ja, Fräulen, enséñame como tengo que hacerlo.
La bruja pensó que esto era justo
y subió para enseñarle la manera.
Era como hacer gimnasia.
Gretel,
viendo su momento en la historia,
cerró enseguida el horno,
atrancando rápidamente la puerta,
tan rápida como Houdini,
Y puso el horno a asar.
La bruja se volvió tan roja
como la bandera japonesa.
Su sangre comenzó a hervir como Coca-Cola.
Sus ojos comenzaron a derretirse.
Estaba en la olla.
Un incidente ciertamente memorable.
Por su parte Hansel y Gretel,
escaparon y regresaron a casa con su padre.
Su madre,
estarán contentos de escucharlo, había muerto.
Solamente a la hora de cenar
mientras están comiendo una pierna de pollo
nuestros niños recuerdan
el dolor del horno,
el olor de la bruja cocinándose,
un poco como un carnero,
para ser servida solo con borgoña
y en elegante lino blanco
como algo religioso.
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